Desde los inicios nos pareció razonable contratar un servicio de alarmas, que se activaba por la noche y los fines de semana, para evitar los robos, que al parecer eran inevitables. Asigné mi teléfono como el de contacto en caso de alarma, siempre pensé que no iba a dar tanto juego. Lo típico era una llamada a las tantas de la madrugada. Sientes la llamada del deber. Así que a la empresa. Del servicio de alarmas te ofrecían la posibilidad de llamar a la policía, en algunos casos dije si. Recuerdo que la primera vez que recibí una llamada de estas estábamos todavía en la calle Arana, vino la poli, con una pinta opuesta a lo que yo esperaba, desenfundaron sus pistolas y me dijeron que fuese delante de ellos para enseñarles el camino, iluminado por sus linternas. Más miedo me daban los de detrás que los que podía haber entrado. No pasó nada.
Ya en Jundiz varias llamadas, casi todo alarmas falsas, por pájaros que habían entrado y hecho saltar las alarmas de detección de calor o movimiento; en otras ocasiones eran debidas a ventanas que se habían quedado abiertas y que originaban corrientes de aire caliente. Casi siempre iba sólo en mi coche, a pesar de los consejos familiares. Decidí usar taxis, por dos razones, una por que iba dormido; otra, porqué si había alguien tenía un testigo. En una ocasión deje el taxi a la puerta, entré y vi la alarma violentada, volví rápidamente al taxi y llamé a la Ertaintza. El taxista se quería marchar, entre en el taxi y le dije que tuviese el motor en marcha, para salir pitando si veíamos a alguien. Esperó a la llegada de la patrulla. Varias horas en la oficina, hicieron el diagnóstico rápido, una habitual banda de albano kosovares, ex militares de la guerra, que actuaban en razias desde Madrid. A pesar de la rapidez de dicho diagnostico llamaron a otra patrulla especialistas en huellas, que fueron haciendo su trabajo de aislar las huellas de los cajones y papeles que habían tirado por el suelo, sólo atacaron las mesas cerradas de los despachos. No se llevaron nada de valor. Despedí al taxi después de varias horas al lado de los especialistas, que finalmente me llevaron a casa ya amaneciendo, me confesaron que lo que hacían, un trabajo ciertamente minucioso, no servía para nada en estos casos, pero era el protocolo.
En otra ocasión sí que se llevaron el dinero de la pequeña caja, por su importe, que usábamos para hacer pequeños pagos en metálico, a partir de entonces prescindimos de ella. Nunca más pagamos en metálico.
En otra ocasión estaban trabajando en el almacén en turno de noche. Fui acompañando de la Ertzantza, lo hacía ya siempre, y estuvimos paseando con las linternas por las oficinas, sin resultado. Fuimos al almacén y les pedí a los policías (que pinta tienen los que trabajan de noche y de paisano), que iba a entrar yo sólo en el almacén, pues si entraban ellos les podía dar un sincope a las tres personas que estaban allí. Al verme entrar se llevaron una alegría, estaban muertitos de miedo, habían oído la alarma y habían visto a lo lejos las luces de las linternas, cruzando la oficina, no se pensaban mover para nada. Efectivamente cuando invite a los policías a pasar me di cuenta de los que podía haber pasado si entramos a la vez.
Afortunadamente la mayoría de las veces se trataba de falsas alarmas, lo que me habré acordado de los que dejaban las ventanas abiertas. Supongo además que no estábamos en la lista de empresas “robables”, no había dinero y el único miedo era a los destrozos que podían hacer en los sistemas informáticos. Comentaba que si robaban nuestros productos para revenderlos debiéramos contratarlos como vendedores, puesto que nos constaría que sabían dónde estaban los potenciales clientes.